Para personas mayores en La Rioja
Disponible las 24h
Vivimos en una cultura que, muchas veces, asocia envejecer con deterioro, pasividad y pérdida. Pero yo lo veo de otra forma. Cada día trabajo con personas que, a los 80 o 90 años, entrenan su mente con más disciplina y entusiasmo que muchos jóvenes. Y los resultados son asombrosos.
El cerebro no se apaga con los años
La neurociencia lleva años demostrando que el cerebro conserva su capacidad de aprender y adaptarse a lo largo de toda la vida. Es cierto que ciertas funciones se enlentecen, pero otras, como la sabiduría, la regulación emocional o la capacidad de apreciar lo esencial, se fortalecen. La clave está en estimular, en desafiar, en mantener viva la curiosidad.
En Ítaca lo tenemos claro: el cuidado no termina en la alimentación o la medicación. Cuidamos también lo invisible, pero fundamental: los pensamientos, los recuerdos, los vínculos, las ilusiones.
Cada residente participa en un programa de estimulación cognitiva personalizado. No se trata solo de ejercicios de memoria o lenguaje (aunque también los hay), sino de crear espacios donde la mente se expanda:
– Talleres de escritura autobiográfica
– Lectura compartida y reflexión en grupo
– Juegos de estrategia, lógica y atención
– Conversaciones profundas sobre la vida, el amor, la muerte o los sueños
– Nuevos aprendizajes: desde tocar un instrumento hasta usar una tablet
Todo esto no solo mantiene el cerebro activo: mejora el estado de ánimo, fortalece la autoestima y devuelve un sentido de propósito.
He visto personas que, tras perder a su pareja o enfrentar enfermedades, sienten que ya no tienen mucho que ofrecer. Pero cuando empiezan a compartir su historia, a recibir escucha, a descubrir que sus palabras inspiran a otros… algo se enciende. Porque no hay edad para la transformación interior.
En Ítaca, el entrenamiento mental va de la mano con el cuidado emocional. Reír, llorar, recordar, reconciliarse, hacer las paces con uno mismo. Todo eso también es salud cerebral.
María llegó a Ítaca con 84 años, diciendo que “ya estaba de sobra en el mundo”. Se sentía apagada, inútil, sin energía. Hoy, dos años después, coordina un club de lectura entre residentes, ha escrito una serie de relatos sobre su infancia y enseña a otros a usar el correo electrónico para hablar con sus nietos. No es que su memoria haya mejorado mágicamente. Es que ha recuperado el deseo de vivir.
Entrenar la mente no es un lujo. Es un acto de amor propio. Y en Ítaca creemos que cada persona merece envejecer en un entorno que le anime a crecer, a descubrir, a expresarse, incluso en sus últimos capítulos.
Porque, al final, no se trata solo de sumar años… sino de llenarlos de vida.
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